Doña Ester, una “guerrera” que es ejemplo de la fortaleza de la mujer colombiana

19·FEB·2021
La cruda historia de doña Ester, una de las más de setenta mil mujeres que según la Tropa Social lideran los hogares en zonas vulnerables de Bogotá
Mujer frente a la carpa donve vivió en Ciudad Bolívar
Historia de vida de una de las madres cabeza de hogar en Ciudad Bolívar

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Hay mujeres a las que la vida les ha mostrado la cara más difícil y que sin embargo y a pesar de todo, han sacado lo mejor de sí para seguir adelante, sin rendirse.

Esas mujeres, cabezas de hogar, son las que durante los últimos meses ha buscado la Tropa Social, la estrategia creada por la Alcaldía Mayor para caracterizar a más de 100.000 hogares con jefatura femenina en cada rincón de Bogotá, en particular en los barrios más vulnerables que con su pobreza, generalmente, están recostados contra los cerros que bordean a la capital.

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Allí, en el barrio El Tesoro, en Ciudad Bolívar, al sur de Bogotá, habita doña Ester, una mujer luchadora e incansable que hoy con 44 años, no vive, sobrevive a unas circunstancias que la vida le ha puesto y que fácilmente hubieran hecho doblegar al más valiente.

Nacida en Bogotá, terminó viviendo en Pasca (Cundinamarca) un municipio de clima frío en la Provincia del Sumapaz, al que llegó de la mano del amor, tras casarse.

La luna de miel con la vida tranquila y sosegada del campo, después de diez años, terminó en el 2002 cuando, según cuenta, ‘Las Águilas Negras’, un grupo paramilitar, quiso llevarse a sus hijos. Ante la negativa suya y de su esposo, tuvieron que salir huyendo y se refugiaron en Sibaté, una población en el sur de la sabana de Bogotá, donde la muerte los alcanzó unos años más tarde.

En 2015, cuando ya parecían haber encontrado la paz y el alivio económico, gracias a la venta de comida en una obra de apartamentos, las garras de la violencia acabaron con la vida de su esposo.

Una tragedia que no se detuvo ahí. “El que mató a mi esposo pertenecía a las ‘Águilas Negras’ porque nos negamos a que mis hijos les colaboraran. Y ellos por la negativa, empezaron las amenazas y se llegó el día en que mataron a mi esposo y otro día, como a las seis de la tarde, amenazaron a mi hijo y a las diez de la noche ya me lo mataron”, recuerda con una voz quebradiza doña Ester.

Aterrorizada salió, otra vez, huyendo y llegó a Soacha tratando de proteger la vida de los hijos que le quedaban. En Soacha no se pudo acomodar y pensando que ya todo había pasado volvió a Sibaté, pero otra vez tuvo que huir espantada por las amenazas.

Así, rodando, como ella dice, llegó a Ciudad Bolívar, al barrio La Estrella, donde hasta hace tres meses se refugió en un peladero, metida entre una carpa que convirtió en su ‘nueva casa’.

Acompañada por sus cuatro hijas y dos nietas, se dedicó a rebuscarse la vida y como muchos de los que andan unas líneas debajo de la pobreza absoluta, se dedicó a vender bolsas de basura para juntar unas monedas que le permitieran conseguir el sustento diario. Día a día, después de caminar varios kilómetros buscando la mejor esquina para ofrecer sus productos, volvía a ‘su casa’ con no más de cuatro mil pesos.

Por estar en una zona de riesgo tuvo, que desplazarse, esta vez hasta una ladera en cercanías del barrio El Tesoro, también en Ciudad Bolívar. Como pudo se acomodó en un ‘lotecito’ y ahí construyó un cambuche con dos habitaciones permeadas por el frío, el agua y las necesidades que no dejan de tocar en su rudimentaria puerta. Igual que la desgracia que parece no querer abandonarla nunca.

En su rebusque diario, un día, hace como seis meses, acompañaba a un domiciliario para hacer una entrega, con tan mala suerte que la motocicleta se resbaló en un barrial y ella terminó con la cadera fracturada. Una fractura de la que no se dejó operar por no dejar solas a sus cuatro hijas y dos nietas porque “quién sabe cuándo iba a salir de allá”.

“Yo les dije en el hospital que yo me fajaba y me hacía unos remedios y así duré como mes y medio, sin poder caminar, pero ahí poco a poco empecé a tratar de levantarme y así, poco a poco, he podido volver a caminar”, cuenta esta mamá cabeza de hogar.

En medio de esa condición, cuando pensaba que ya podía estabilizar un poco su vida, le surgió un nuevo reto: buscar para dónde irse por estar viviendo en una zona de invasión y de alto riesgo.

Mujer en casa de madera

Hoy su idea es poder volver al campo o, si es posible, conseguir un lote legal, que pueda pagar en cuotas módicas para darles un hogar a sus niñas, a las que dice, hasta el momento no les ha faltado la comida. “Dios no nos desampara. El desayuno es agua de panela con arepa o con pan; al almuerzo, si hay lentejas se hace lentejas, si hay arroz se hace arroz, si hay pastas, solo pastas. Tenemos la comida. No tenemos manjares, pero ahí uno procura que las niñas no aguanten hambre”, afirma doña Ester a la vez que agradece la solidaridad de algunos vecinos.

Ella es doña Ester, un cúmulo de fortaleza y tesón. Una de las 73.495 mujeres cabeza de hogar que la Tropa Social lleva censadas desde el año pasado en su meta de completar medio millón, para conocer sus necesidades y brindarles apoyo, entregando la información en salas situacionales sociales locales, donde convergen las entidades del Distrito y desde donde se desarrollan las respuestas y oferta para estos hogares, según las alertas encontradas.

Unas alertas muy evidentes en la señora Ester, a la que como ella dice le ha tocado ‘guerrear’ en la vida, y que a pesar de todo no deja de agradecerle a Dios por las bendiciones que recibe: “No vivo en una mansión, pero no estoy durmiendo bajo la luz de la luna. Duermo porque tengo que dormir y descansar, porque yo soy la cabeza de este hogar y si yo me derrumbo, todo se derrumba al lado mío”, sentencia con una voz humilde, pero llena de ilusión.