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Detrás del Alcalde: ¿por qué habría de existir una biblioteca en una cárcel?
¿Por qué habría de existir una biblioteca en una cárcel?
Tal vez porque...
“Leer es un encuentro. Los que están detrás de los muros, y los que viven toda clase de encierros están deseosos de encuentros”, expresa Michelle Sales en La grande maison.
O porque...
En el encierro, la lectura supone un acto de emancipación.
En un espacio donde la compañía recurrente es la sombra del reo y el peso de sus pensamientos, de sus recuerdos, las letras adquieren un carácter liberador.
La biblioteca de la prisión es un campo de viajes, de encuentros, con sí mismo, con el autor, con el conocimiento, con la búsqueda de respuestas.
O acaso porque...
La persona privada de la libertad, de suyo oprimido por la soledad y el acucioso olvido, encuentra amistades en la historias, y descubre nuevos caminos, nuevas esperanzas, acaso nuevos encuentros con la redención más allá del confinamiento.
Entabla un diálogo íntimo con las voces de cada lectura que extienden una invitación a reimaginar sus vidas.
Bien manifiesta Kepa Osoro, maestro de adultos en la prisión de Soto del Real (Madrid), en su texto El libro, la lectura y la escritura en las cárceles:
“En muchas prisiones se pueden ver auténticos lectores, de los que se interrogan, se dejan sorprender, ansían saber cómo y por qué, de los que se identifican con algunos personajes y los defienden a muerte, de los que viven intensamente los libros. Muchos otros -como veremos más tarde- van a la biblioteca para encontrarse, para hablar, para estar al cabo de la actualidad. En cualquier caso, es la palabra lo que les vincula, lo que les seduce. En la biblioteca de la prisión se habrá de crear un clima festivo que conmueva al recluso porque le ofrezca emociones nuevas, despertares, descubrimientos ...de sí mismo y de un mundo esperanzador”.
Una biblioteca es un símbolo de libertad, de igualdad y de felicidad para Enrique Peñalosa.
Por eso, al terminar su primer mandato, la ciudad ya contaba con 19 bibliotecas. Y, ahora, al cierre de su segundo periodo, ya se suman cinco más.
La biblioteca de la cárcel Distrital es la número 24.
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De cicatrices y autores
La lectura comporta un proceso de sanación. Tal vez, en virtud de ello, los versos de Las cicatrices, de Piedad Bonnett, se encuentran plasmados en uno de los muros posteriores de la biblioteca de la cárcel Distrital.
No hay cicatriz, por brutal que parezca, que no encierre belleza. Una historia puntual se cuenta en ella, algún dolor. Pero también su fin. Las cicatrices, pues, son las costuras de la memoria, un remate imperfecto que nos sana dañándonos. La forma que el tiempo encuentra de que nunca olvidemos las heridas.
La biblioteca de la cárcel Distrital es, en efecto, un espacio donde quienes se sientan a leer, narrar o escuchar historias, comparten, en muchos casos, antecedentes de dolor, marcas de un pasado de aflicción. Pero la biblioteca les abre un espacio para conjurar sus penas, para iniciar un proceso satisfactorio de resocialización.
La biblioteca del centro de reclusión es, a su vez, un lugar donde se humaniza a quien está privado de la libertad. Se lo invita a ser partícipe del debate intelectual.
En la parte superior de los muros de la biblioteca de la cárcel Distrital se exhiben los rostros, como estampas, de las mentes literarias que han compartido sus historias con las personas privadas de la libertad.
En abril, Manuel Kalmanovitz experto en cine, columnista y escritor, compartió su experiencia en crítica literaria con setenta personas privadas de la libertad.
Ese mismo mes, el director del centro de memoria histórica, Arturo Charría, también ocupó el estrado para entablar un diálogo sobre el periodo de la violencia en Colombia, y el académico Camilo Jiménez enseñó su visión sobre los medios desde la perspectiva académica.
Como parte del programa “Encuentro con un autor” también han asistido plumas como María Jimena Duzán, quien habló sobre su última obra, Santos: paradojas de la paz y el poder (2018), y Fernando González, autor de La vida es rosa, el oscuro amanecer de Rosa Elvira Cely, quien además fue el jurado del primer concurso de cuento corto de la cárcel Distrital, cuyo ganador se dio a conocer durante la reinauguración de este espacio, en 2017.
Un espacio reimaginado
La renovación de la cárcel Distrital empezó hace dos años. En septiembre de 2017, se entregó la remodelación de la biblioteca para ajustarse a estándares de los organismos internacionales.
En aquella ocasión, seis personas privadas de la libertad fueron formadas como bibliotecarias y tuvieron la responsabilidad de renovar la biblioteca de la cárcel. Para culminar el proceso de remodelación y clasificación de los libros disponibles, contaron con el apoyo de la Dirección de la Cárcel Distrital, la Secretaría de Seguridad, Convivencia y Justicia, la Secretaría de Cultura y la Red Distrital de Bibliotecas Públicas (Biblored). Ese solo fue el comienzo para llegar a formar parte de la red de Biblored. Dos años después, la biblioteca dispone de más de 7.500 libros y se aguarda la compra de otros 3.000, para llegar a más de 10.000.
La procura es traer títulos y obras de calidad. No solo es un espacio con libros, sino también con películas, juegos de mesa y revistas, entre otros elementos propios de cualquier biblioteca del Distrito.
Un espacio para crear
"Más de una vez Kafka dijo que la reclusión y el aislamiento son instancias perfectas para el ejercicio de la escritura. Es sabido que desde aquella situación miserable se han creado obras apoteósicas. Sísmicas. Incomunicado, entre rejas, el individuo, inevitablemente, se ve enfrentado a sí mismo; se ve obligado a tolerarse aunque aquello le resulte sobremanera insoportable, Y la escritura, más allá de aparecérsele como un exorcismo, adquiere y da forma a una adaptación, paradójicamente, en un medio que por excelencia es el de la exclusión: la cárcel". Gonzalo Rojas. La cárcel Distrital ha sido espacio para la creación literaria. De ello son muestra las dos ediciones del concurso de cuento que ya organizó el recinto. El primero se celebró el septiembre de 2017 y el segundo, un año después.
La primera edición motivó a 42 personas privadas de la libertad a escribir. En aquella oportunidad, el cuento ganador se tituló Encuentros Trasmutados. Esta historia narra el encuentro día a día de un hombre con dos palomas, una reunión que se da desde el amanecer hasta la puesta de sol y representa el sueño que tiene el autor de poder ver y conversar con sus dos hijas.
La segunda edición contó con 57 trabajos. Fueron calificados por un jurado encabezado por Camilo Hoyos, director de la Fundación Gratitud. El ganador de 2018 fue Andrés David Pérez, con su cuento Cuando Yo Era Niño, un relato que describe los sentimientos de un infante y su familia durante un secuestro que supone el enfrentamientos entre dos bandos del conflicto armado.
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