Desde allí se ve Bogotá con todo su esplendor: Ciudad Bolívar, injustamente temida y subvalorada

26·NOV·2012
Por Rafael Caro Suárez   Arriba, en un cerro del barrio Potosí, reposa el viejo tronco del Palo del Ahorcado. Desde allí se puede es...

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Por Rafael Caro Suárez
 
Arriba, en un cerro del barrio Potosí, reposa el viejo tronco del Palo del Ahorcado. Desde allí se puede escribir la historia de una localidad que ha crecido a pesar de sus adversidades.
Cuenta la leyenda que en 1938 el mismísimo demonio se fue hasta allá para llevarse a un campesino que vivía con su mujer sin haber recibido la bendición de Dios. La mujer encontró a su hombre destrozado en un zarzal, y la pena la llevó a ahorcarse en las altas ramas del árbol. Por eso es emocionante encontrarse frente al Palo del Ahorcado: para desafiar al Diablo y derrotarlo como lo han hecho los hijos de Ciudad Bolívar, que a diario luchan y trabajan para sacar adelante a sus familias.

Mochuelo, que inicialmente fue vereda, se erige como el primer vestigio de la localidad por el suroriente. Es la entrada «vía trocha» al perímetro urbano, custodiado por tres grandes cruces de madera. Cerca de allí, los camiones de la empresa de aseo botan a diario toneladas de desechos en el Relleno de Doña Juana.
 
El panorama deja ver parte de los 360 barrios de esta localidad con 12.998 hectáreas de superficie (3.433 en zona urbana, 9.555 en rural) y ranchos de tejados anaranjados, ocres y grises que se confunden entre las faldas de las montañas entretejidas con miles de laberínticas calles, y éstas de repente se topan con escaleras que parecen dirigirse al cielo.
 
Más abajo está Arborizadora Alta, que muestra el esfuerzo con que las familias construyeron ladrillo a ladrillo sus hogares en casas de tres y hasta cuatro pisos. Y aunque en sectores como Vista Hermosa se ven vallas que advierten sobre el peligro de comprar lotes, ante el inminente riesgo de deslizamientos, el desbordado crecimiento de Ciudad Bolívar no conoce de límites ni fronteras.

En los años cuarenta llegaron por motivos diferentes -la Violencia fue factor determinante- numerosas familias de zonas rurales del Tolima, Boyacá y Cundinamarca para establecerse en estos terrenos de grandes haciendas que bordeaban a Bogotá. Así nacieron barrios como San Francisco, Meissen, Buenos Aires y Lucero Bajo. Para 1970 se contaban más de 50.000 habitantes en este nuevo sector que llevó el nombre del Libertador Simón Bolívar, en una analogía que evocó la lucha, la esperanza y el liderazgo de sus habitantes.

En los ochenta, la parte baja de la zona ya estaba muy poblada, por lo cual crecieron nuevos asentamientos en las montañas, dando origen a Naciones Unidas, Alpes y Juan Pablo II, entre otros barrios. Fue el programa Lotes con Servicios, financiado por el BID (Banco Interamericano de Desarrollo), el que destinó tierras a quienes llegaron.
 
Y aunque todavía se viven crudas problemáticas sociales (el 60% de la población es estrato 1), el Estado se ha esforzado en mejorar el cubrimiento de las necesidades básicas de sus habitantes. Hay cerca de una veintena de centros de salud, entre UPAS (Unidades Primarias de Atención en Salud), UBAS (Unidades Básicas de Atención en Salud), CAMI (Centros de Atención Médica Inmediata) y dos hospitales (más uno en construcción). Así mismo 130.000 niños reciben educación básica primaria y secundaria en 150 colegios públicos y privados. Incluso más de 1.000 pequeños de las zonas más apartadas como Quiba Alta reciben subsidio de transporte para ir a estudiar.

Iglesia del Mirador de Quiba, mandada a construir por el poeta Jorge Rojas, para la celebración del matrimonio de su hija.
 
Aunque lleve décadas marcada por el duro estigma de la pobreza, la inseguridad y la violencia, es más importante valorar a Ciudad Bolívar por sus hermosos lugares dignos de conocer, como la Cueva del Indio -el lugar más alto de Bogotá, con 2.900 metros, desde el cual se divisan los nevados del Huila y el Tolima-, el Puente del Indio, la hacienda La Camelia -famosa desde la Guerra de los Mil Días- y la Laguna del Alar.
 
También está el Mirador de Quiba y su iglesia, lugar conocido por los vecinos como «La Calera del sur». Ésta era una hacienda del poeta piedracielista, Jorge Rojas, quien mandó construir la iglesia para celebrar allí el matrimonio de su hija, a la que, cuando niña, le había dedicado un bello poema que publicamos al lado. Así dijo el poeta Rojas: «Quiba en chibcha significa "bosque hermoso" y también "mirador", que permite ver algunos de los árboles nativos que han dado sombra a través de los siglos»
 
En el barrio Potosí se encuentra el famoso Palo del Ahorcado, cuya leyenda se remonta a 1938.
 
Este es el soneto que el poeta Jorge Rojas le escribió a su hija, cuando era una niña:
Lección del mundo
Éste es el cielo de azulada altura
y éste el lucero y ésta la mañana
y ésta la rosa y ésta la manzana
y ésta la madre para la ternura.
 
Y ésta la abeja para la dulzura
y éste el cordero de la tibia lana
y éstos: la nieve de blancura vana
y el surtidor de líquida hermosura.
 
Y ésta la espiga que nos da la harina
y ésta la luz para la mariposa
y ésta la tarde donde el ave trina.
 
Te pongo en posesión de cada cosa,
callándote tal vez que está la espina
más cerca del dolor que de la rosa.
 
Jorge Rojas
 
Pero el mayor potencial radica en el empuje de una generación de jóvenes que con su arte rechazan toda expresión de violencia. Así, son ya patrimonio cultural los festivales de danza y teatro, rock y hip-hop, por la vida y los derechos humanos que organizan algunas fundaciones promovidas por las casas de la cultura locales de los barrios Candelaria, Arabia, San Joaquín, México y Compartir.