Conoce la historia de Javier Gualteros, un joven que torció el destino de una enfermedad degenerativa y fundó la Biblioteca Comunitaria Rural Santa Rosa y que, gracias al apoyo y difusión de la Secretaría de Cultura, la JAC de la zona le cederá un espacio más amplio para que pueda desarrollar mejor su labor.
En la vereda Santa Rosa, un territorio escoltado por montañas generosas en una apartada zona rural de Ciudad Bolívar, llega cada sábado Javier Orlando Gualteros, para abrir las puertas de la Biblioteca Comunitaria Rural Santa Rosa.
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Este lugar alberga sueños como el de Calet, uno de los más de 30 niños que cada fin de semana arriban a la biblioteca buscando las historias y juegos que Javier inventa para ellos.
Javier, de 33 años, se propuso crear en este lugar un espacio que les permitiera a los más pequeños acceder a la lectura, pues la biblioteca más cercana les quedaba a más de una hora de distancia. Desde muy joven, este bogotano se sintió atraído por la figura de los bibliotecarios.
“Ya de adolescente me gustaba escribir y me llamaba la atención lo que hacían los bibliotecarios. Al comienzo, cuando visitaba la Biblioteca La Marichuela, cercana a mi barrio, pensaba que eran personas que solo te pasaban libros de los estantes, pero luego me di cuenta de que hacían más cosas, que lideraban proyectos en sus comunidades. Que trabajaban con niños, con jóvenes, con adultos mayores. Algún día, yo quiero también trabajar haciendo lo mismo” comenta Javier.
En 2014, después de terminar con dificultad su bachillerato, ingresó al Sena a estudiar gestión bibliotecaria. Pero la mala salud que lo acompaña desde niño, por cuenta de una hidrocefalia-mielomeningocele, se agudizo y le impidió continuar el camino.
Un día, el médico le dijo: o los estudios o la biblioteca. Era pesado estar en ambas cosas. Javier se decidió por la biblioteca, por esos niños en Santa Rosa.
Desde entonces ha tomado talleres de promoción de lectura con BibloRed y la Biblioteca Nacional, y se ha empeñado con terquedad en esa causa que financia de su propio bolsillo y se alimenta también de la generosidad de quienes le donan libros en toda Bogotá.
Hoy suma más de 200 títulos, entre novelas, cuentos, textos escolares y literatura infantil.
Cada sábado cumple su ritual sin falta: sale temprano de su casa en el barrio Chuniza, en la localidad de Usme; se transporta una hora en bus hasta la vereda y luego recorre, lento y con dificultad, la media hora de camino que le espera desde el paraje donde lo deja el bus hasta la biblioteca.
Cuando este lugar abrió sus puertas comenzaron tímidamente a llegar los niños. Primero tres, luego una decena. Hoy suman más de treinta. Algunos arriban desde otras veredas cercanas como El Hato y La Argentina.
También comparte películas, juegos de mesa, talleres de origami, de pintura y de escritura. Con las señoras de la vereda improvisan juntos talleres de costura. A veces también juegan al fútbol entre grandes y niños.
Hasta la vereda ha llegado la Red Distrital de Bibliotecas, BibloRed, con promotores de lectura para fortalecer los procesos comunitarios que él desarrolla en la biblioteca. Y él toma nota. Y aprende.
Si se atrevió a soñar él con fundar una biblioteca, a pesar de tropezar con tantos caminos sin salida, los demás también pueden lograr sus metas, repite Javier.
Él espera que en poco tiempo la biblioteca de Santa Rosa cuente con una colección más completa. Con la ayuda de su papá, obrero de construcción, trabaja en la fabricación de unos estantes que le permitan acomodar todos los libros, catalogarlos y organizarlos como se debe.
Él lo cuenta y sonríe. Quizá porque sabe con certeza que la Biblioteca Comunitaria Rural Santa Rosa es el único cielo que le pertenece.