Por: Bernardo Vasco/periodista-Secretaría General
En la noche del 8 de abril de 1948, la orquesta de Álex Tovar deleitaba a los bogotanos con los estribillos de Pachito Eché, en el salón de baile del Hotel Granada. La ciudad se alistaba para inaugurar, al día siguiente, la IX Conferencia Panamericana, con la presencia del general George C. Marshall, encargado de iniciar la reconstrucción de Europa tras el fin de la Segunda Guerra Mundial.
En el hotel Claridge, en la calle 16 con carrera 4ª, a pocas cuadras de la oficina de Jorge Eliécer Gaitán, estaba hospedado Fidel Castro, en esa época un joven y desconocido abogado cubano que se encontraba en la ciudad para asistir a un encuentro estudiantil. Bogotá se sentía orgullosa de ser llamada la Atenas Suramericana, un título que pocos años atrás le había otorgado el filólogo e historiador español Ramón Menéndez Pidal.
Al día siguiente circulaban los tranvías por las calles del centro de la ciudad, atestados de gente que se dirigía a sus trabajos y a sus ocupaciones diarias. En el café Águila, un sórdido establecimiento ubicado exactamente al frente del Palacio de la Policía Nacional, en la calle 9ª, un hombre de 26 años y 1,58 de estatura se preparaba para cometer un crimen que cambiaría la historia de Bogotá y del país, era Juan Roa Sierra, a quien se sindica de ser el supuesto autor material del magnicidio.
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A la 1:05 p.m., en su oficina de la carrera 7ª con Jiménez, en el edificio Agustín Nieto, Gaitán se encontraba departiendo con varios de sus amigos, entre ellos Pedro Eliseo Cruz, Alejandro Vallejo y Jorge Padilla; celebraban la intervención que había realizado en la madrugada, en defensa del teniente Cortés, la cual había sido un verdadero éxito.
Aquí, una fotografía del líder político, Jorge Eliécer Gaitán, en medio de uno de sus discursos para la emisora La Voz de Bogotá:
En su relato sobre el Bogotazo, el escritor Arturo Alape dice que Plinio Mendoza Neira, otro importante dirigente liberal y un gran amigo de Gaitán, llegó en ese momento a su oficina y lo invitó a almorzar. “Acepto. Pero te lo advierto, Plinio, que yo te cuesto caro”, dijo Gaitán al disponerse a salir, con una de sus habituales carcajadas cuando se hallaba de buen humor. Todos abandonaron la oficina, para tomar el ascensor del edificio Agustín Nieto. Al salir por el pasillo que daba a la calle, Plinio lo coge del brazo y le dice al oído: “lo que tengo que decirte es muy corto”. Plinio Mendoza sintió de pronto que Gaitán retrocedía, tratando de cubrirse el rostro con la mano. Escuchó tres disparos consecutivos. Trató de ayudarlo. Gaitán, demudado, los ojos semiabiertos, un rictus amargo en los labios y los cabellos en desorden. Un hilillo de sangre corría bajo su cabeza. (El 9 de abril: Muerte y Desesperanza, Arturo Alape).
Tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948, Bogotá nunca volvió a ser la misma. Por sus calles dejaron de rodar los tranvías; las antiguas casas republicanas, que caracterizaban el centro de la ciudad y en las que vivían los dirigentes del país, pasaron a ser ruinas en unas pocas horas como consecuencia de los saqueos y los disturbios. El salón de baile del Hotel Granada apagó sus luces y Bogotá se llenó de humo y cenizas.
A continuación, una foto del 'Bogotazo', hecho que marcó la historia de la familia de Gaitán, de sus seguidores y de todo un país:
Las consecuencias no sólo se sintieron en Bogotá. En todo el país se alzaron grupos en armas que se enfrentaban por sus convicciones políticas. Con ellos se consolidó luego aquel período aciago de “La Violencia”. Colombia fue estremecida por el poder absoluto de los llamados “bandoleros”, grupos de delincuencia organizada que se formaron con los restos de exmilitantes de las guerrillas liberales y conservadoras, un período que dejó más de 200 mil muertos y cambió la configuración de la Nación.
El país quedó sometido a una violencia bipartidista, en la que se enfrentaban no sólo quienes hacían parte de las milicias, sino la sociedad en general, que se polarizó a extremos nunca vistos, al grado que los colombianos se identificaban como conservadores o liberales, para definir su propia identidad. En 1953, el general Gustavo Rojas Pinilla decretó la Amnistía General, a partir de la cual los grupos guerrilleros liberales depusieron las armas. El 17 de septiembre las tropas de campesinos entregaron al general Alfredo Duarte Blum las escopetas de fuste con las que se habían guarecido en las montañas.
Aquí, algunas de las imágenes que dejó 'El Bogotazo':
Fotografías: Archivo de Bogotá.