Por: John H. Barrera
A las 4:00 de la mañana sonó el reloj despertador en la casa de los Sánchez Martínez al sur occidente de Bogotá, una familia pequeña y humilde. Julieth, es el alma de este hogar, la primera en levantarse y –sin duda–, el corazón de la familia desde hace más de 9 años. “Vivo en unión libre y tengo dos hijos; una niña de 12 años y un niño de 5”, cuenta después de unos segundos de silencio, en los que parece reflexiva.
Mide 1,65 de estatura, tez blanca, y particularmente llama la atención su mirada –que pareciera por un instante– estar perdida en un episodio de desatención. Pero esa mirada, no es más que el fiel reflejo de su preocupación.
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A las 6:00 a. m. y después de recorrer la ciudad de oriente a occidente, Julieth suelta la siguiente frase: “Compañeros, hoy tenemos que encontrar a Javier y entregarlo a sus familiares”.
Ella, se refiere a Javier Velilla, el vigilante de 34 años que –infortunadamente– fue arrastrado por un alud de tierra el pasado fin de semana en el kilómetro 6 vía al municipio de La Calera y en el que perdió la vida su compañero, Alejandro Rodríguez. Julieth ya completa más de 78 horas de intensa búsqueda, no ha parado desde que el Cuerpo de Bomberos de Bogotá, al que ella pertenece desde hace 4 años, le reportó la desaparición.
“Hace 4 años descubrí lo hermoso que es hacer parte del Cuerpo de Bomberos de Bogotá. Ahora es mi vida entera, es ver la felicidad en la mirada de la gente, es tener la gratitud de las personas sin esperar nada a cambio”, comenta Julieth con entusiasmo y buena actitud, antes de reiniciar las labores de búsqueda y rescate de Velilla.
Esta bogotana de 38 años lleva el socorrismo anclado a su corazón, de hecho, su esposo, el amor de su vida, también hace parte del cuerpo bomberil. “Ha sido muy hermoso porque mi esposo es bombero, entonces hay un complemento y una unidad familiar, siempre juntos y de la mano de Dios”, narra Julieth, mientras se viste el pesado traje de Bombera con el que continuará la búsqueda.
A las 6:23 a. m., con 10 kilos más en su cuerpo por el peso del traje, que bien podría ascender a 13 kilos en caso de lluvia, Julieth hace un guiño, toma su casco, guantes y linterna, y empieza a descender hacia uno de los puntos críticos donde ocurrió la tragedia. “Ya nos delegaron funciones, durante estos días hemos hecho una ardua búsqueda, mucho trabajo, mucho esfuerzo, y hoy continuamos con el firme propósito de encontrar a la persona para darle tranquilidad a la familia”.
Minutos después, Julieth señala con su índice derecho el terreno donde continuará la búsqueda, se puede apreciar a simple vista la desolación ocasionada por la fuerza de la naturaleza. Mientras tanto, en su rostro se asoman un par de lágrimas por la frustración de los últimos días, y suelta una ráfaga de palabras: “Ayer tuve la oportunidad de hablar con uno de los hijos de Javier, quien nos pidió que por favor le encontráramos a su papá, fue muy triste, pues una se pone en el papel de él, pensé en mis hijos y en el desespero de la familia, así que seguiremos haciendo todo lo posible para encontrarlo”.
A las 9:23 de la mañana, y después de varias horas de remoción de escombros en el punto 3, se integró al equipo de búsqueda y rescate la familia del desaparecido. Ahí estaba Julieth, siempre dispuesta y con una voz de aliento para enfrentar la difícil situación. “Confíen en nosotros, seguimos 100 % mentalizados, con mucha fe y encomendados a Dios”, les dijo a los familiares.
Horas más tarde, cuando el reloj marcaba las 2:37 p. m., con un movimiento resuelto de las manos, afirma: “Soy una mujer apasionada por mi profesión, soy muy dedicada por lo que hago, siempre doy lo mejor de mí para servirle a las personas, es mi vocación”; eso sale a flor de piel.
La búsqueda –entonces– continúa durante toda la tarde. Julieth, no descansa un solo minuto a pesar de la lluvia intermitente. De vez en cuando, mira de reojo con cierta timidez y escepticismo a sus compañeros y también a los soldados del Ejército Nacional con quienes ha coincidido en otros escenarios de emergencia.
“Una entra con toda la motivación, pero al ver que busca, busca y busca, y no encuentra, pues se va apagando el ánimo”, exclama la socorrista, a quien ya se le nota el agotamiento físico y mental.
Al caer la tarde, y después de 12 horas de trabajo ininterrumpido, le informan los superiores que debe abandonar el lugar y regresar al PMU. “Se hizo excavación, remoción de lodo, corte de árboles, pero pues es muy difícil, hay mucho material por remover. De verdad que estamos haciendo lo humanamente posible para encontrar al desaparecido”, expresa Julieth entre líneas, con la respiración agitada.
A las 7:03 de la noche regresa al PMU, su rostro es el símbolo de la tristeza, procede a quitarse el casco y pasa su mano izquierda lentamente por los ojos para retirar algunos resquicios de barro. “Fue un trabajo arduo, tengo bastante agotamiento físico, pero nunca se pierde la esperanza de cumplir con el objetivo que es encontrar a la persona desaparecida”, comenta.
Luego, se queda en silencio por unos segundos y sale un torrente de lágrimas que recorren rápidamente sus mejillas, su voz se quiebra y el desconsuelo se apodera de ella: “Me voy con la tristeza de saber que la gente se queda acá con la esperanza de encontrar al papá, al hermano, al esposo”, baja su cabeza y se lamenta: “Me hace llorar que siempre le pasan las cosas malas a la gente buena”.
Julieth dice que la noche no permite continuar con las labores de búsqueda, porque de lo contrario no pararía un solo segundo, “entregaría mi vida si fuera necesario”.
Minutos después, ya despojada de sus vestiduras de emergencia, Julieth está lista para regresar a casa, serán –por lo menos– 55 minutos en el trayecto de regreso, “me duele mucho irme y ver que se queda una familia destrozada”.
En menos de 12 horas retoma las labores de rescate. Julieth regresará al punto 3, o a cualquier otro punto destrozado por la misma naturaleza. “Mañana será otro día”, dice con esperanza e ilusión.
“Mañana la tarea continúa porque soy bombera para inspirar”, exclama.