Agradezco la invitación que me hizo EL TIEMPO a escribir un artículo para explicar por qué libro tantas batallas en favor de una Bogotá mejor para todos. Los ciudadanos están acostumbrados a que la mayoría de los políticos les digan ¨sí¨ a todo, que cedan ante las presiones de los poderosos y traten de evitar el conflicto a toda costa; a que sus respuestas tengan más en cuenta las encuestas, que sus convicciones. Por eso a veces parece peleón un alcalde que actúa distinto.
No siento que dediqué mi vida a la política. La he dedicado a tratar de hacer realidad un sueño, una visión para mi país y mi ciudad. ¨SER¨ alcalde no era mi objetivo, sino ¨HACER¨ como alcalde. Busqué ser alcalde para construir una sociedad más igualitaria, más creativa y más feliz. Para lograr eso, ha sido necesario enfrentar luchas difíciles contra intereses poderosos. Y asumir enormes costos políticos en el proceso.
Cuando un gobernante toma decisiones debe escuchar a los ciudadanos que opinan diferente. Pero debe guiarse también por su conocimiento, el de su equipo altamente especializado y sus convicciones. Cuando algunos no quieren que se tome una acción de gobierno, dicen que el gobernante debe ¨concertar¨. Y por supuesto, los gobernantes debemos escuchar y concertar. Pero hay que ser cuidadosos. Porque con frecuencia, ¨concertar¨ significa: hacer concesiones contrarias al interés general y frecuentemente contrarias a la Ley, a favor de unas minorías con poder y capacidad de ejercer presión.
El gobernante debe pensar no solo en el corto plazo, sino también y muy especialmente, en el largo plazo. Debe trabajar para las mayorías beneficiarias de los proyectos, que casi siempre son silenciosas. Casi nada de lo que he llevado a cabo y que ha transformado a Bogotá, habría sido posible, de haber acatado a los que en su momento se opusieron vociferantes.
Casi me tumban en mi primera Alcaldía por quitar automotores de las aceras, construyendo buenas aceras o instalando bolardos, para hacer una ciudad más respetuosa de los seres humanos.
En la carrera 15 entre calles 72 y 100 no había aceras: eran un horrible espacio de estacionamiento, desprovisto de árboles. Cuando hice las aceras de la carrera 15, la oposición fue casi unánime. Un larguísimo editorial de EL TIEMPO (Dic 2, 1998) atacando la construcción de las aceras de la carrera 15 decía: “¨Los únicos que se van a beneficiar de esto son los gamines y mendigos, que ahora tendrán aceras más amplias para dormir", es el comentario común de los habitantes de la zona¨ Y concluía: ¨No es exagerado opinar que lo de la carrera 15 exige un plan de emergencia. Suspender ya las obras¨.
Cuando construimos más de 250 kilómetros de ciclorrutas, el 0,1 % de la población se movilizaba en cicla. Las batallas para darle espacio a las ciclorrutas fueron difíciles. Comenzamos de cero. Esa infraestructura no existía hasta entonces en Colombia; ni en Nueva York, ni en Madrid o París. Las bauticé: ¨ciclorruta¨, para diferenciarlas de la Ciclovía de los domingos.
Si hubiera sido necesario un respaldo mayoritario, no habría aceras sin carros encima; ni ciclorrutas; ni TransMilenio. Los proyectos controversiales casi siempre tienen eso en común: hay una minoría que se beneficia de mantener el statu quo. Y unas mayorías, que se van a beneficiar con los cambios, que son indiferentes ante las batallas que el gobernante da por ellos.
He luchado y asumido grandes costos promoviendo y defendiendo proyectos que beneficiarán a los ciudadanos en el futuro. Es el caso de la reserva Van der Hammen. Estamos luchando para que pase del papel a la realidad; para que sea mucho más grande y mejor y tenga bosques de verdad. La maravillosa reserva Van der Hammen por la que he asumido enormes costos políticos y una infinidad de calumnias, solo se concretará durante las próximas décadas; si la aprueba la CAR.
Muchos, que no conciben que un político incurra en costos tan enormes para su popularidad por convicción, suponen que lo hace porque tiene algún interés mezquino o corrupto. Eso crea un ambiente propicio para los calumniadores. No importa que no haya una sola acusación seria, ni una prueba, ni un indicio… la calumnia prospera.
Cuando no cabe en la cabeza que un gobernante quiera hacer una ciudad más respetuosa de la dignidad humana y para lograrlo asuma costos enormes, quitando carros de las aceras, prospera la calumnia de que los bolardos los producían mis hermanos o mi mamá. Cuando es imposible imaginar que el gobernante asuma grandes costos en impopularidad, creando e impulsando TransMilenio, solamente porque piensa que es un formidable sistema de transporte; entonces inventan la calumnia de que soy dueño de TransMilenio, o que recibo comisiones de VOLVO. Y quienes se oponen a los exitosísimos colegios en concesión administrados por la Universidad de los Andes y algunos colegios privados de excelencia, esparcen la calumnia de que mi propósito es privatizar la educación pública y cobrar por ella.
Otra calumnia es que unos constructores se van a beneficiar con las modificaciones a la reserva VDH que proponemos. Lo que no tiene sentido, puesto que a los constructores les es indiferente construir al norte de Bogotá, o en cualquier municipio aledaño.
Y entre las calumnias más recientes están: que tengo un negocio de venta de madera de los árboles cortados; y que me lucro con la construcción de las canchas de pasto sintético. Hemos construido más de 100 de estas canchas, iluminadas, que pueden ser utilizadas día y noche; transforman la vida del barrio y evitan que los niños caigan en la drogadicción y la delincuencia.
Construir una sociedad más igualitaria, en la que nadie se sienta inferior ni excluido y sea así más fértil para la felicidad, es el objetivo más importante de los que me mueven. Este principio de la igualdad es el más importante y potente de las constituciones. Y es el que debe regir las acciones de Estado en una democracia. Si esto es cierto, el interés general debe prevalecer sobre el particular. Y si esto es cierto, un bus con 150 pasajeros tiene derecho a 150 veces más espacio en la vía que un carro con un pasajero.
Era obvio que TransMilenio en la Séptima iba a tener opositores poderosos. Otros, como AsoSalitre, se habían opuesto a la construcción de TransMilenio en la Avenida El Dorado, argumentando que se deterioraría terriblemente el entorno. No fue así. La troncal Séptima es indispensable porque es la primera gran avenida que va a bloquearse por congestión. La carrera Séptima atraviesa el corazón del sector residencial más rico y poderoso de Colombia. Por eso los alcaldes llamados de izquierda habían evitado construirla, para no enfrentar a sus poderosos vecinos.
Un exalcalde proclamó en campaña que no haría la troncal Séptima y que impediría que el club del Country fuera convertido en un parque. Porque yo, en mi primera alcaldía, inicié el proceso de expropiación de los campos de polo del club del Country, para dotar de un gran espacio verde a cientos de miles de ciudadanos en los alrededores, que hoy lo disfrutan.
Quienes quieren excluir a otros de los espacios públicos en su entorno, no lo reconocen. Es políticamente incorrecto. Inventan argumentos altruistas y es frecuente que disfracen su clasismo con argumentos pseudo-ambientales. Al occidente de Engativá algunos vecinos de los barrios Cortijo y Colsubsidio nos enfrentan por el supuesto daño ¨ambiental¨ que la ciclorruta elevada por el borde de la planta de tratamiento del Salitre ocasionará al humedal del Juan Amarillo. La realidad es que no quieren que la ciclorruta conecte a los ciudadanos Lisboa y otros de los barrios más populares de Suba, a sus barrios.
En el parque del Japón también disimularon, mal, que no querían un parque al que llegaran bogotanos de otros sectores; también con el argumento pseudo-ambiental de que se cortaría una docena de árboles, de los 98 que había en el parque. Hace menos de 6 meses la ANI taló 3.191 árboles en la Autopista Norte, a la salida de Bogotá, a la vista de todos, para ampliar la vía. Nadie dijo nada cuando se quitaron árboles para abrir espacio a los carros. Muy distinta fue la situación cuando cortamos 6 árboles para abrir espacio a los niños y jóvenes. No mencionan que he sido el alcalde que más árboles ha sembrado en la historia de la ciudad. Cuando hicimos el parque de El Virrey hubo una oposición similar. Hoy nadie, en muchas cuadras a la redonda, concebiría vivir allí sin este maravilloso parque que todos disfrutan.
No peleo contra un estrato u otro. Trabajo por el interés general, lo que significa trabajar por una sociedad más democrática. A veces eso exige enfrentar intereses de grupos de ingresos altos y, en otras ocasiones, enfrentar intereses egoístas de otros de menores ingresos.
Doy batallas que nadie se había atrevido a dar. Enfrenté a poderosos propietarios del transporte público tradicional para crear TransMilenio. Acabé con la ocupación caótica de vendedores informales de la Plaza de San Victorino, que llevaba décadas. Al lado, el horror del Cartucho, que también llevaba décadas de caos, era un símbolo de la impotencia del Estado. Era una república independiente del crimen, espantosa fábrica de drogadictos, a dos cuadras de la Plaza de Bolívar. Allí demolimos más de 600 edificaciones y generamos 23 hectáreas de espacio para el parque Tercer Milenio.
Recientemente enfrenté otra ¨pelea¨ contra un horror parecido: el Bronx. Estamos demoliéndolo para crear el Bronx Distrito Creativo y construir un SENA.
El cobro de la valorización para hacer obras en los estratos 4, 5 y 6 y la zona industrial de Montevideo también significó lucha. Con el apoyo de concejales valientes, la sacamos adelante. Como en otros casos, son obras que se terminarán después de mi Alcaldía. Asumí el costo político y no recibiré el beneficio político. Pero son obras que generarán miles de empleos y harán más feliz la vida de millones de bogotanos.
No es, entonces, como calumnian algunos, que yo tenga intereses oscuros; o que no anticipe los conflictos que implicarán algunos proyectos. He tenido claro de antemano que algunas decisiones irían a traer conflictos y costos políticos. No por ello los evité. Porque estoy convencido de su conveniencia; y porque sé que otro alcalde no los haría.
Habría sido más fácil no hacer nada. Nadie habría reclamado: Bogotá seguiría con el desastroso sistema tradicional de buses; no habría aceras para peatones sino para carros; no habría ciclorrutas; no habría parque Virrey, ni parque del Country; decenas de miles de niños no habrían recibido una educación pública de calidad excepcional en los colegios por concesión; todavía tendríamos el Cartucho y el Bronx…
Pero, si no los hubiera llevado a cabo, ¿Será que los ciudadanos vivirían mejor hoy?
En su momento incluso personas muy cercanas me dijeron que no diera esas batallas. Que ¨no valía la pena¨. Agradezco a mi equipo, a mi familia y a los amigos que me respaldaron. Creo que hice lo correcto. Lo seguiré haciendo.