Durante cada uno de los siete años que estuvo viviendo en las calles bogotanas, Alejandro Gómez Flores sintió en su estómago los fuertes mordiscos que le daba el hambre. Hoy, circunstancias que él mismo llama “paradojas de la vida”, se dedica a calmar el hambre de aquellos que como él han caído en las manos de la droga o de quienes simplemente no tienen para un plato de comida caliente.
Alejandro, de 45 años, lleva tres meses como auxiliar administrativo en un comedor comunitario en la localidad de Puente Aranda. Empezó a trabajar allí tras un proceso de desintoxicación de drogas y recuperación de habilidades y actitudes para desaprender varias de las cosas que eran sus hábitos mientras fue habitante de calle.
“La calle es una situación bien compleja. En muchas ocasiones se sintió hambre, por eso ahora es bueno servir a la gente”, sostiene Alejandro, quien muy motivado y, ataviado con su traje blanco, siempre está presto a atender a las personas vulnerables que asisten al comedor comunitario donde labora de lunes a sábado, encontrando una nueva oportunidad de vida para cumplir sus sueños.
Apoyado en su inquebrantable fe en Dios y el respaldo de la Secretaría de Integración Social y sus programas de resocialización, el auxiliar operativo aspira a volver a estudiar para seguir siendo motivo de orgullo no solo para sus tres hijos, sino un ejemplo de superación para todos los que han sufrido los golpes de la vida y hoy transitan sin rumbo fijo por las frías calles.
“Entrar a las drogas es muy fácil, salir es un poquito complicado. Yo tomé la decisión de salir de la calle por muchas adversidades y problemas. En la última semana me sentía como en un desierto, completamente solo”, recuerda este hombre que ahora solo respira optimismo y gratitud tras haber tomado la decisión de dejar las drogas. Una decisión en la que fueron fundamentales las alas de los Ángeles de la Calle que lo arroparon y lo llevaron a varios hogares de paso de día y noche donde suplieron sus necesidades básicas para luego de tres meses iniciar su proceso de inclusión social.
“Duré como nueve meses. Fue como un parto con el que volví a nacer”, afirma Alejandro, quien también debió recuperar muchas de sus habilidades, perdidas o aminoradas por la dureza de la vida que tuvo que afrontar en la condición vulnerable en la que estaba.
Gracias a una convocatoria distrital para trabajar en los centros de inclusión social, Alejandro Gómez hace parte de un grupo de 124 jóvenes y adultos que laboran en estos programas de la Secretaría de Integración Social en el marco de la atención integral que desarrolla. “Ellos complementan su ejercicio de rehabilitación y de nueva inclusión en la sociedad a través de esta vinculación con los centros operativos de la Secretaría Distrital de Integración Social. Ha sido muy positivo. Ellos han respondido muy bien a esta oportunidad”, afirmó el director de Nutrición y Sanidad de la entidad, Boris Flomin.
Haciendo énfasis en la importancia de tener una conciencia de cambio, apoyado en unas buenas redes de apoyo y “creer en algo”, Alejandro continúa orgulloso con su trabajo en pro de aquellos, los habitantes de la calle, de los que durante siete años hizo parte y que ahora lo encuentran como un ejemplo, siempre tendiéndoles la mano cálida con un plato de comida y soportado en una frase célebre del escritor indio Rabindranath Tagore con la que se identifica mucho: “El que no nace para servir, no sirve para vivir”.