El lunes 30 de mayo de 1498, Cristóbal Colón partió de Sanlúcar de Barrameda, España, iniciando su tercer viaje a América. En esa expedición habrían venido los primeros gitanos que tras tocar tierra se dispersaron y sembraron las raíces de la comunidad Rrom que hoy habita en Colombia y el resto del continente haciendo honor a su espíritu viajero que los ha identificado desde cuando, hace más de mil años, salieron de la India.
Un espíritu aventuro y errante que, ya sea a pie o montados en caballos, con sus carpas, carretas y toda clase de trastos, les permitió recorrer el mundo, pero que hoy por culpa del COVID-19, los tiene sumidos en un encierro que los constriñe, afectando, más que a nadie, su esencia libertaria o andariega que está reflejada en su bandera azul, por el cielo que era su límite y el verde de la tierra; con una rueda, que significa la itinerancia o el roaming del que hoy hablan los jóvenes.
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El impacto de COVID-19 en el pueblo gitano o Rrom, como también los conocen, ha sido tan grande que, en Europa, en medio de las celebraciones, el 8 de abril del Dia Internacional del Gitano, lo catalogaron como “la tormenta perfecta”, pues ha provocado un deterioro de sus ya difíciles condiciones socio-económicas y ha incentivado el aumento de la exclusión que sufre en ese continente donde se calcula que viven cerca de doce millones.
El patriarca de los gitanos está en cuidados intensivos por COVID
Un gigantesco número que contrasta con los 700 que, aproximadamente, viven en Bogotá. Uno de ellos, el más viejo de todos, don Tomás Cristo, un patriarca gitano quien con sus 86 años lucha desde hace diez días contra la muerte, en una cama de una unidad de cuidados intensivos en la clínica de Occidente. “Él le tenía mucho temor a este virus porque él es uno de los que más vendía sus correítas, sus cositas. Se la pasaba caminando, vendiendo sus cositas por, Marsella, La Igualdad, Puente Aranda, Pradera, en el Galán, cerca de la kumpania o sector donde vivimos”, cuenta Lucero Lombana, una prima que ora por su vida para que el coronavirus le permita seguir extendiendo su herencia milenaria.
“Nos ha dado muy duro porque es que el tema del COVID ha sido algo que ha vulnerado a los gitanos porque nosotros vivimos en movimiento. Vamos, entramos, salimos, y el COVID nos ha obligado al encierro. Entonces eso ha sido un poco más difícil que para los demás. Es como estar enjaulados”, se queja Dalila Gómez Baos, una gitana convertida en todo un referente de su pueblo al ser la primera en lograr un título universitario: el de ingeniera industrial de la Universidad Distrital.
Foto: Archivo particular
Dalila es una gitana ejemplar
A sus 40 años ya suma otra carrera, la de abogada de la Universidad del Rosario, además de una especialización en gestión y planificación en la ESAP, rompiendo así esa tradición de no estudiar, pero, que, en medio de ese sedentarismo obligado, han ido tratando de cambiar inculcándole a las nuevas generaciones que “tienen que estudiar porque es importante”.
A la kumpania de Bogotá le siguen en número las de Cúcuta y Bucaramanga. En total son once que están regadas por el norte del país, en Sampués, Sabanalarga, Sahagún, San Pelayo y las de Tolima, en el centro del país, y Pasto en el sur.
En Colombia, donde hoy se habla de unos ocho mil gitanos, su particular estilo de vida semi-nómada, empezó a perder alas por culpa del conflicto interno que los fue arrumando en las ciudades o pueblos de las distintas regiones para evitar que los números, que según el censo del 2005 estableció que eran 4.857, siguieran bajando aceleradamente. “La esencia de ser gitano no es que se desaparezca, nosotros somos un pueblo de mucha adaptabilidad y resiliencia. Lo que pasa es que en Colombia hay otras dinámicas que nos han obligado a adaptarnos a las situaciones y a las condiciones reinantes”, afirma Dalila con un tono nostálgico.
Foto: Archivo particular
El aquí y el ahora es uno de sus principios fundamentales
Un tono nostálgico que contrasta con unos de los principios más arraigados entre sus costumbres: la de vivir solo en el presente, sin pensar en el pasado y menos en el futuro. El aquí y el ahora que les permite vivir la vida y el día a día intensamente dedicados a la venta y reparación de autos usados, a las artesanías de cobre, que ya no emplean mucho porque se ha puesto muy costoso, y a las artesanías. Lo que se necesite, ya sea una lámpara o una estufa, ellos la tienen.
Tal vez por esa quietud que les ha traído la pandemia hoy en día sus problemas de salud se han agravado y enfermedades como la tensión alta, el colesterol y los triglicéridos, también altos, son muy comunes entre ellos. Claro que reconocen que también puede ser porque fuman mucho, en especial tabaco, y porque dentro de su muy variada dieta, el cerdo y todos sus crocantes y deliciosos derivados tienen un lugar de privilegio.
Foto: Archivo particular
Creyentes en una vida en el más allá después de la muerte, a la que miran con mucho respeto, conservan su vestimenta, abundante en estampados y sedas que exaltan el cuerpo y la belleza de la mujer gitana, que por lo general se casa a los 15 años, los gitanos o pueblo Rrom, que en su idioma significa inteligencia, seguirán adelante mostrando su resiliencia y capacidad de lucha que siempre los ha distinguido para nunca detenerse a pesar de dificultades tan grandes como la originada el COVID-19.
“Somos un pueblo pacífico, somos un pueblo orgulloso de lo que somos. Un pueblo libertario, un pueblo que ama la paz, un pueblo que siempre está en la mejor disposición para avanzar a pesar de las vicisitudes y de todas las desgracias que les pasan a los seres humanos”, concluye con orgullo Dalila, la gitana ejemplar.