Cuando Leidy González dejó de estudiar tenía apenas 15 años. Para ese entonces, finalizar el bachillerato no era su prioridad, tenía muchas dificultades académicas y decidió abandonar el colegio cuando estaba en grado noveno.
Debido a su decisión tuvo que asumir una vida de adulta siendo solo una adolescente. Antes de cumplir la mayoría de edad ya laboraba en cualquier ‘trabajito’ que le saliera y, una vez cumplió los 18 años, consiguió un empleo como auxiliar de servicios generales.
Hoy por hoy, Leidy sigue prestando este servicio en el Aeropuerto Internacional El Dorado. Es la mejor en lo que hace, cuentan quienes la conocen, resaltando su experiencia y compromiso para mantener la terminal aérea como ‘una tacita de té’.
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Sin embargo, una década y media después de haber tomado aquella decisión, Leidy reflexionó y llegó a una conclusión: “creo que me equivoqué”. Asegura que, aunque sabe que su trabajo es eficiente y lleva una vida feliz, continuar con sus estudios le hubiera ofrecido muchas oportunidades que no encontró después.
Una ceremonia que soñó muchas noches
Era viernes en Bogotá. Pasadas las 6 de la tarde, cuando los trancones aumentan por la hora pico y se empieza a sentir en el ambiente el fulgor del fin de semana, Leidy llegó acompañada de algunos de sus familiares al auditorio del colegio público Nueva Constitución, ubicado en Engativá.
Sus labios estaban pintados con color rojo, mientras que sus ojos habían sido maquillados con pestañina y sombras. Sin duda era una ocasión especial.
La ceremonia se inició y siguió su curso con toda la solemnidad que ameritan este tipo de actos. Luego de un par de discursos, de la entonación del himno nacional y de un juramento, el momento esperado por fin había llegado. La voz frente al micrófono anunció su nombre para que pasará al frente. Vestida con toga y birrete Leidy recibió su diploma de bachiller.
“Fue como revivir lo que no pude hacer cuando era una niña. Hace un año no me imaginaba que fuera a terminar mis estudios y vean, hoy estoy acá compartiendo este logro con mi familia. Mi hija de solo cuatro años se puso a llorar de felicidad cuando me vio al frente y percibí el orgullo que sintieron mis hermanas y mis papás”, cuenta con nostalgia de la buena.
La ceremonia terminó como deben terminar todas, entre risas, lágrimas, abrazos, besos y muchas fotos. Pero esto hasta ahora empieza, expresa Leidy mientras se acomoda la borla del birrete y alza a Valery, su hija. Ahora quiere empezar un curso de sistemas, luego estudiar enfermería y, ¿por qué no?, estudiar medicina en un futuro cercano. “Si me lo propongo lo consigo”, afirma.
Un camino que empezó con el impulso de su esposo y su hija
2022 parecía un año como cualquier otro para Leidy. Sus planes estaban muy ligados a su familia y a su trabajo. A pesar de que desde hacía un par de años ya maquinaba la idea de terminar sus estudios de bachillerato algún día, no tenía la fuerza para tomar una decisión que, sin dudarlo, le iba a cambiar la vida.
Pero como dicen por ahí, las oportunidades no se presentan todos los días y hay que agarrarlas cuando se nos aparecen. “La empresa en la que trabajo les ofrece la oportunidad a los empleados de terminar de estudiar. Yo ya conocía gente que se había presentado, había realizado todo el proceso y se había graduado, pero a mí me faltaba tomar la decisión”, nos cuenta.
Esa motivación no pudo venir de nadie más que de su familia. Su esposo Edwin Peña, a quien conoció por redes sociales gracias a los ires y venires de la vida, le insistió en que aprovechara el momento. A ese clamor se sumó Valery. Al cabo de unos pocos días Leidy pasó la solicitud.
“Me postulé y un par de semanas después me dieron la grandiosa noticia de que había sido seleccionada. Sabía que iba a tener que sacrificar cosas, pero una vez tomada la decisión no lo dudé ni un segundo. Fue mi meta desde ese momento y el día de la ceremonia sentí que todo valió la pena”, agrega.
El proceso no fue sencillo. Como trabajaba en la mañana y estudiaba en la tarde, su hermana empezó a cuidar a Valery. Por obvias razones, veía menos tiempo a su hija y a su esposo. “En algunos momentos quería tirar la toalla”, dice, pero al final su tesón y verraquera enfrentaron todos los obstáculos.
Las matemáticas le costaron más que cualquier otra materia. Ejercicios de algebra, trigonometría o cálculo le sacaron sus primeras canas, pero recibió todo el apoyo y acompañamiento de las y los docentes del programa.
Se quedaba más tiempo en las instalaciones cuando no entendía algo y llegaba a su casa a repasar los temas más complicados, algunas veces en compañía de Valery, quien estudia en un colegio del Distrito y también tenía que hacer tareas. “Me tocaba doble trabajo, hacer mis tareas y ayudar a mi niña. Pero una mamá lo puede todo”.
15 años pasaron entre aquella decisión equivocada de abandonar sus estudios y el día de la graduación. Esta historia demuestra que en Bogotá le apostamos a las segundas y hasta terceras oportunidades, que la educación siempre debe estar en primer lugar y que cualquiera lo puede lograr, con disciplina, amor propio y voluntad.
“Cuando uno se propone las metas para darle un mejor futuro a nuestros hijos lo puede lograr todo. Siempre hay que arriesgar algo, no es fácil, pero hay que hacerlo para alcanzar los sueños. Hoy soy la mujer más orgullosa y puse orgullosa a toda mi familia y eso no tiene precio”, finaliza Leidy, mientras sale victoriosa del auditorio del colegio Nueva Constitución con su hija en los brazos. Ahora, para ella, empieza una nueva vida.