Te invitamos a conocer la historia de Paola García, una orgullosa campesina que ha podido fortalecer sus conocimientos en ganadería para convertirse en líder de buenas prácticas en la comunidad del Mochuelo Alto en la localidad de Ciudad Bolívar, con el apoyo de la Secretaría de Desarrollo Económico.
A través del siguiente video, ella comparte detalles de su historia personal y con la comunidad:
¡Te invitamos a conocer nuestra protagonista de esta semana! 😃
Paola García, una orgullosa campesina de la ruralidad de @Bogota 💚 que, a través de los programas de nuestra Dirección de Economía Rural y Abastecimiento Alimentario, ha liderado grandes procesos en su comunidad👩🏻🌾 pic.twitter.com/JUDoWkkclq— Secretaría Desarrollo Económico (@DesarrolloBta) February 14, 2023Contenidos relacionados
El mugido de las vacas, el canto de los pájaros y los ladridos de su fiel perra Luna, son el despertador de Paola García, una orgullosa campesina de la vereda Mochuelo Alto, en la localidad de Ciudad Bolívar.
A las 4:30 esta mujer de sonrisa amplia, que se define como “orgullosamente campesina”, se levanta y ayuda a su papá con el ordeño de las vacas, que son las que han derivado parte del sustento de su familia desde su niñez.
Luego, en su rol de madre soltera, se encarga de que sus dos hijas – de 14 y 10 años- lleguen muy puntuales al colegio, deja los oficios hechos y sale a su negocio: un almacén veterinario que se constituye en el lugar de consulta de sus vecinos y el sitio para comprar los insumos necesarios para la práctica agrícola y ganadera de esa zona rural de Bogotá.
Luego, entre libros, clientes, asesorías, las tareas con sus hijas y el cafecito con sus padres, llegan las 9 de la noche, cuando se va a descansar, no sin antes dejar listo el cronograma del día siguiente.
Paola conoce a todos en la vereda, y pese a que no ha terminado su carrera de zootecnia – la retomó después de 14 años – se ha convertido en una líder de su comunidad en lo que tiene que ver con el cuidado animal, especialmente los proyectos ganaderos.
“Toda la vida he estado ‘al rabo de las vacas', crecí en estos campos y amo estar aquí. Yo, como muchas personas de esta zona, tengo aquí nuestros sueños, y no sé qué sería de mi vida en otro lado, no me imagino viviendo en otro lugar”, aseguró.
Para ella, ser una campesina bogotana no es fácil, pero es “un orgullo grandísimo”; es resistir a una ciudad que cada día crece más y más, es ser autosuficiente, es valorar la tierra, quererla, es apreciar y mantener las tradiciones y luchar por mantenerse en el tiempo.
Y serlo de una zona rural de Ciudad Bolívar, señala, es aún más difícil. Por eso insiste en quedarse; está convencida que su trabajo allí, en su vereda, puede ayudar a cambiarle la cara a una localidad estigmatizada por muchos factores como la violencia y la pobreza. “Pero hay que mostrar que detrás de esas casas de colores cercanas al Portal Tunal, en medio de las lomas que rodean el sur de Bogotá, hay un sector rural, hay campo, hay una zona que abastece a la ciudad, que la sostiene alimentariamente”, dice.
Su liderazgo en la comunidad nació espontáneamente. En sus recorridos por su territorio, al que se conoce más que a la palma de su mano, veía las necesidades de la gente, de sus proyectos, y comenzó a imaginar cómo se organizaban para tener mejores ganancias.
Sus bases de formación pecuaria y agrícola la convirtieron en una especie de veterinaria sin título; recorría a pie las fincas, vacunaba ganado, le contaban los problemas que tenían las vacas, los terneros, y sobreponiéndose al machismo que a veces marca lo rural, creó la Asociación Ganadera Campesina de Pequeños y Medianos Productores de la Ruralidad de Bogotá (ASOPROGAN). Al principio tan solo tres personas se unieron al proyecto, luego, con una estrategia de voz a voz se legalizó la organización con 32 miembros, y ya hoy son 57.
Este proyecto es algo así como su tercer hijo; explica sonriente que han logrado muchas cosas que tal vez no se hubiesen conseguido si no estuvieran organizados: la leche se puede vender a mejor precio, hay un mayor sentido de la responsabilidad medioambiental, son más productivos.
Es que eso, advierte, es lo que les quedará a sus hijos, a los de sus vecinos y a los de sus amigos. El buen uso de la tierra, el hacerla fructífera, es lo que los motivaría a que sigan siendo campesinos.
“A nuestros niños y jóvenes no podemos cortarles las alas, debemos enseñarles que el campo, que nuestra vereda no solo necesita a profesionales afines a las áreas agropecuarias o ambientales, sino que pueden irse, formarse, y volver como abogados, arquitectos o profesionales digitales y trabajar por su tierra”, esto, permitiría que ellos mismos sean los que construyan edificaciones modernas y ecológicas, los que defiendan desde el área legal los intereses de la comunidad afectada por la cercanía al relleno Doña Juana (está apenas a un par de kilómetros de la casa de Paola), o creen aparatos o programas que permitan optimizar el trabajo de los habitantes de la ruralidad de la capital.
Paola defiende la premisa de que el campo y la ciudad tienen una relación simbiótica, se necesitan mutuamente, y por ello su sueño es que para que sigan existiendo, se adelante y desarrolle una política pública que incluya la concientización de esa co-dependencia. Que el campesino tenga claro que necesita de la urbe para poder comercializar lo que produce y que el habitante urbano sepa que el campo es su proveedor.
Gracias a los programas de la Dirección de Economía Rural y Abastecimiento Alimentario de la Secretaría Distrital de Desarrollo Económico, ha tenido mucha más formación sobre buenas prácticas ganaderas, y también fue beneficiada con equipo de ordeño para mejorar la producción de las vacas lecheras que tiene con sus padres, y recibió insumos en semillas para las praderas para el mejoramiento de la alimentación del ganado.
A sus vecinos de la urbe de cemento los invita a conocer esas laderas bogotanas, eso sí, enfatiza, con respeto y responsabilidad. “Vengan, acá son todos bienvenidos; el turismo nos hace bien, pero no olviden que somos frágiles”, enfatizó.
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