Cada 19 de marzo se celebra el Día Internacional de la Artesanía para rendir homenaje a los antiguos oficios manuales que requieren destreza y creatividad para la creación de piezas artísticas únicas y originales.
Dentro de estas diferentes técnicas milenarias se encuentra el tejido, considerado también un arte que ayuda a entretejer la vida, pues es mediante su ejercicio que se reivindica.
Al menos así ha sido para Carmen, Jeimi y Deisy, tres mujeres de diferentes generaciones que han encontrado en el tejido una oportunidad para conocerse así mismas, e incluso como una alternativa económica.
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Un encuentro por tradición
Carmen Julia Villamil tiene 59 años, y según ella, se ha dedicado a tejer en crochet toda su vida, pues, desde que era niña, en Chiquinquirá, le enseñaron a tejer y a bordar en la escuela.
Las piezas que teje son en crochet a dos agujas y le gusta sobre todo elaborar sandalias, botas, ropa para bebé o lo que las personas le pidan.
Carmen Julia jamás se pierde una feria en el Parque de Fontibón, localidad en la que vive y en donde sale a vender sus tejidos todos los años, especialmente para Navidad, aunque antes lo hacía de manera recurrente todos los sábados.
“Después de la pandemia eso bajó muchísimo, la gente ya no compra casi cosas artesanales, también está costoso, pero igual sigo haciendo encargos con las tarjetas que reparto en las ferias”, cuenta Villamil.
“Para mí esto significa una entradita más para poder cubrir los gastos de la casa, pero es una tradición muy bonita. Allá en Boyacá le enseñaban a uno a hilar la lana y a tejerla. Desafortunadamente siento que hoy no valoran lo artesanal, lleva mucho trabajo que se hace con amor, pero las personas ahora como que nos les gusta”, indica con pesar.
Sin embargo, Carmen asegura que este es un oficio que es fácil, es interesante y que sirve como terapia, por lo cual le recomienda a cualquiera que le interese que no dude en aprenderlo.
En la siguiente imagen, algo de su trabajo de tejido:
Un encuentro por experimentación
Jeimi Carolina Urrego es una joven trabajadora social que en pandemia decidió empezar a tomar clases virtuales de tejido en macramé, gracias a talleres que impartió la Casa de la Participación de Suba.
“No sabía que tenía esta vocación de artesana, pero si tenía una admiración por todos los tipos de tejidos que existen y por las personas que los hacen, la descubrí más por exploración”, cuenta Urrego.
Para ella tejer es hacer un símil con la unión del tejido social por lo que representa el enseñar a otros a tejer y por las personalidades que se reflejan en los encargos que le piden.
“Mi tejido de base es el macramé, o lo que llaman micro macramé, que aplico para hacer piezas como aretes, collares, manillas, anillos, llaveros y figuras pequeñas”, explica Urrego.
“Ser artesano hoy es un reto ya que los tiempos en los que vivimos todo se ha vuelto muy digital y las interacciones humanas se dan a través del uso de las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación), sin embargo, es importante este oficio porque hace memoria y nos recuerda mucho de lo que somos a pesar de que tengamos nuevas costumbres y nuevos patrones de vida. Para mi tejer es ver décadas atrás a mis abuelas y saber que sus mamás también llevaban a cabo este tipo de actividades, que antes solo eran para el espacio privado, y que hoy se trasladan al espacio público, e incluso ya no es solo un oficio de mujeres, algo que me parece importante resaltar”, agregó la joven tejedora.
Un encuentro por destino
Deisy Munar teje desde hace 20 años con la técnica de crochet y macramé. Su primer acercamiento con este oficio fue por su mamá, quien le había enseñado el tejido básico de cadeneta, aunque a Deisy le parecía que no le quedaba bien hecho y que realizar este tipo de artesanía no era lo suyo.
“Yo no decidí aprender, el macramé me encontró a mí”, cuenta Deisy, después de explicar que fue gracias a una amiga que verdaderamente le tomó gusto al tejido. “Una amiga me pidió que le ayudara a hacer unas manillas y me quedó gustando”, indica. Después, se empezó a topar con otras mujeres que le empezaron a enseñar diferentes técnicas.
“Tejer es reivindicativo porque es ser capaz de construir con las manos. Esto puede sonar redundante porque uno hace cosas con las manos, pero muchas veces uno puede creerse torpe. La vida lo lleva a uno para reivindicar este tipo de cosas, y tejer brinda la posibilidad de entender cómo se va tejiendo la vida, así como se van dando vueltas cuando uno está haciendo una mochila”, asevera Munar.