BAILANDO EN EL SILENCIO

22·ENE·2015
Con los oídos del alma, jóvenes con discapacidad auditiva imprimen destreza y pasión en cada uno de sus movimientos sobre el escenario...

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Con los oídos del alma, jóvenes con discapacidad auditiva imprimen destreza y pasión en cada uno de sus movimientos sobre el escenario, disfrutando al ritmo del lenguaje universal de la danza. Esta es la historia de unos bailarines para quienes no existen límites.

‘Zúmbale, la, le, la, le’ tararea la canción del compositor Henry Fiol que se escucha de fondo. Un espejo empotrado en la pared y las tablas de madera sobre el suelo componen el escenario, que se rodea por las miradas de estudiantes curiosos del colegio Pablo de Tarso.

Sobre la pista, Mauricio se prepara para lanzarse al ruedo. Una tímida sonrisa se esboza en su cara, mientras espera recostado sobre el armario en el que guardan los trajes de cada presentación. Ese día viste una camisa negra brillante, pantalón a rayas ajustado y zapatos del mismo color con franjas blancas. 
El joven espera con paciencia a Ivonne, compañera de pasos, quien detrás de un vestidor improvisado termina de agarrarse su cabellera larga y negra en una moña tipo cola de caballo, que nace en lo alto de su cabeza. Ella luce un corto vestido negro que destella visos plateados, acompañado por unos zapatos negros con punta, también brillantes. 
‘Zúmbale, la, le, la, le’, repite la canción. Con su atuendo, digno de profesionales, los tacones de Ivonne Romero y los zapatos clásicos de Mauricio Villamil se adueñan de la pista al compás de la salsa, generando la admiración de quienes los observan.

Pasos rápidos, giros versátiles, movimientos de caderas suaves y sensuales y una alzada para cerrar con broche de oro componen esta coreografía. Al terminar el baile, suenan los aplausos y la admiración de quienes los observan es evidente. 

Ambos bailarines sonríen y, aunque no pueden escuchar las palmas, dan las gracias con la voz de sus manos: las señas, que son la lengua que les permite comunicarse con sus compañeros a la perfección.
Es aquí donde se entiende que la música libera, que el baile no entiende de diferencias y que allí, en el salón de danzas del colegio Pablo de Tarso, le han brindado a los estudiantes con discapacidad auditiva la oportunidad de demostrar que una limitación no esfuma las posibilidades para cumplir los sueños.

Todos pueden bailar. Esa es la esencia del proyecto de inclusión que desarrolla la profesora Martha Niño en esta institución educativa como parte de la experiencia ‘Yambacu’, que nació hace 20 años para emplear la danza “como vehículo de inclusión y alternativa al conflicto social y de limitación auditiva de niños y jóvenes de la localidad de Bosa”.


Bailar desde el corazón

“Sé que no escucho la letra de las canciones ni el sonido de los instrumentos, pero siento la emoción de bailar”. Son los sentimientos que Mauricio Villamil, un joven amante de la salsa y el reggaetón, expresa a través de sus manos y que los oyentes entendemos con el apoyo de una de las intérpretes que acompaña los procesos en el colegio Pablo de Tarso.
En medio del silencio, a Mauricio se le iluminan los ojos y la sonrisa, remembrando una imagen de hace 3 años. Recuerda con nitidez ese primer día en que sus pies llegaron a deslizarse sobre las tablas de madera del salón de danzas, luego de que la profe Martha lo invitara a participar.

“Me dio mucha emoción ver los movimientos y cómo trataban de explicarnos a nosotros, los sordos. Luego, a medida que nos iban enseñando, fue increíble sentir como los oyentes la danza e integrarnos con ellos a través del baile” señala el bailarín.

Uno de sus compañeros, Duván Suárez, destaca los progresos que el joven con discapacidad auditiva ha tenido a la hora de realizar alzadas, que son la figura favorita de Mauricio, porque, según él, “aunque exige mucho trabajo físico sostener a la pareja, los movimientos son asombrosos”. 
Pero los avances van más allá de las habilidades físicas para el baile. Como explican sus compañeros, e incluso como él mismo lo reconoce, los estudiantes sordos que han participado en ‘Yambacu’ han mejorado notablemente su capacidad de expresión e integración. 

“Desde que empecé a bailar tengo más energía, soy más activo, y además, comparto con todos mis compañeros. En cada presentación tengo que reflejar mucha alegría, pero no es parte de la actuación. Siento una felicidad auténtica, porque eso es lo que nos transmite estar participando en este grupo de danza” asegura el joven.
Mauricio tiene claro que disfruta cada uno de los momentos de práctica y presentación. “Solamente en el colegio se me presenta la oportunidad de bailar”, señala, haciendo referencia a otras reuniones familiares y sociales en las que no encuentra esta opción, por lo que le preocupa qué pasará una vez termine sus estudios.

El poder de compartir

Detrás de esta historia está la maestra Martha Niño, una mujer que, con su voz fuerte, asegura que la danza es su vida, religión y todo para ella. Aunque ‘Yambacu’ se ha transformado con el tiempo, continúa siendo un proyecto pedagógico en el que la danza es una opción de vida e inclusión, para niñas, niños y jóvenes sordos, pero también para todos los estudiantes.

“Hace siete años empecé a trabajar con estudiantes hipoacúsicos, porque era una necesidad de inclusión en el colegio” explica la docente, tras explicar que estos alumnos tienen una alta percepción al tacto, sienten las vibraciones de la música e incluso, como señalan los participantes oyentes, “tienen mejor coordinación y bailan mejor que sus compañeros”.

Un ejemplo vivo de esto es Ivonne Romero, estudiante de grado 11°, que, según la profesora, tiene un swing “digno de admirar”. En su caso, ‘Yambacu’ fue la oportunidad de transmitir su identidad como mujer y como joven con discapacidad auditiva. 



“Cuando me hicieron la invitación me pareció muy extraño porque no entendía cómo podía lograrlo. Pero el primer día, al ver a mis compañeros bailar, me encantó y me dieron muchos deseos de aprender. Esta ha sido la oportunidad perfecta para demostrar que nosotros, los sordos, podemos incluirnos en la sociedad” dice Ivonne.

La cumbia, la salsa y el género urbano son los ritmos preferidos para esta estudiante de piel trigueña, quien asegura percibir las vibraciones, que son las que le hacen sentir “esa agradable sensación de querer bailar”.

Ivonne tiene 21 años. Ingresó hace 12 al colegio Pablo de Tarso y está próxima a graduarse. Hoy sabe que, gracias a ‘Yambacu’, es una mujer muy diferente. “Antes era muy solitaria y permanecía aburrida, ni qué decir de cuando mi familia iba a fiestas o reuniones. El baile me cambió la vida y me hizo más feliz y expresiva” concluye.

Una historia tras bambalinas

En el espejo empotrado en la pared se refleja la coreografía de al menos 30 estudiantes, sordos y oyentes, que siguen los pasos de la maestra de danzas con la convicción de que todos tienen la posibilidad de bailar mientras existan las ganas de aprender y participar.



Mauricio lleva tres años en ‘Yambacu’, mientras Ivonne llegó en el 2008. Muchos ensayos y presentaciones han pasado desde entonces, por lo que ahora, además de aprendices, son también maestros y guían a sus compañeros con discapacidad auditiva en esta emocionante aventura de aprender a bailar.

Entre ellos están Laura y Valentina, compañeras de grado 6°, que no pasan desapercibidas por su entusiasmo. “Todo lo quieren contestar al tiempo” dice la intérprete, mientras sigue con la vista las manos de las chicas que desean expresar con efusividad que a ambas les encanta la salsa, pero también el género urbano.

Imitan los movimientos, sienten las vibraciones y así le cogen el ritmo a cada canción. Laura, por ejemplo, dice que siente los bajos cuando el sonido está muy fuerte. “La profesora nos hace acercar bastante al equipo de sonido para que alcancemos a percibirlos”, recuerda la estudiante de 12 años.

Laura y Valentina asisten los sábados a ensayar con ‘Yambacu’. “Nos causa mucha alegría, porque podemos compartir con los demás, y también porque ya dominamos varias técnicas” expresan con sus manos las jóvenes.



En la actualidad cuentan con intérpretes que permiten que el trabajo fluya  mucho mejor. Pero cuando la iniciativa empezó a acoger a los estudiantes con hipoacusia del colegio, “nuestros compañeros oyentes hacían las veces de intérpretes y lograban que entendiéramos”, como cuenta Ivonne.

Así como Laura, Valentina, Mauricio e Ivonne, sus demás compañeros sordos han descubierto la magia del ritmo y el movimiento, disfrutando, en su propio cuerpo, una actividad en la que tradicionalmente se piensa que el sonido es determinante.

Ellos bailan con la memoria del cuerpo, a través de la cual siguen los movimientos de la ‘profe’ Martha y de sus compañeros. Bailan en el silencio, pero perciben con los oídos del alma el éxtasis de los movimientos. Bailan como profesionales, aunque, a diferencia de muchos jóvenes de su edad, antes de ‘Yambacu’ jamás habían soñado con descubrir la danza como lenguaje universal de expresión.

Por Diana Corzo A.

Fotos Julio Barrera