Cuando José de Jesús Cabrera llegó al Centro de Alta Dependencia Funcional de La Mesa (Cundinamarca) tenía una infección en el pulmón, había sufrido una trombosis y una neumonía amenazaba con quitarle la vida. Allí no solamente curó su cuerpo, también su corazón.
José, un boyacense de 53 años, decidió hace 6 dejar las calles llevado por su enfermedad. Cuando ingresó al Centro de Alta Dependencia no podía moverse bien y respiraba con dificultad. Sin embargo, al ver a Jeimy Pineda, una habitante de calle que también se recuperaba allí, sintió vértigo. Era su corazón y no su malestar que le indicaba que había otra oportunidad para él.
Jeimy, quien duró 22 años en la calle y quien tiene una discapacidad física por un accidente automovilístico, estaba allí en proceso de recuperación física y mental. Con el pasar de los días y con una historia de vida muy similar, ambos se fueron enamorando hasta que un día decidieron ‘cuadrarse’ como él mismo lo cuenta. No fue fácil, la enamoró a la antigua, con detalles, palabras y le pidió que fuera su novia.
“Empezamos a tener un conocimiento con ella y cuando lo tuvimos yo le dije: ‘mire si usted está interesada tratémonos, quiero ser pareja suya, si ‘vusté’ me acepta’ tenemos un compromiso como pareja.
Tratémonos como pareja como novios y seguimos luchando los dos acá y en otro sitio. Y ella me dijo: ‘pues sí yo si quiero porque estoy apegada y me siento sola’”, cuenta José, quien para acercarse a Jeimy, primero la empezó a cuidar, luego le brindó su amistad y empezó a cambiar su forma de pensar hacia un futuro más positivo.
“Me siento enamorada de la forma de ser de él, pues desde que yo llegué, él me empezó ayudar. Yo era grosera con los compañeros, pero hablamos con él. Me gustó las palabras que decía, pero él tenía otra pareja, pero a él no le gustó porque era muy sinvergüenza y yo le caí bien a José porque yo soy una persona muy seria y solo estoy con una persona”, asegura Jeimy mirando a su novio con tiernos ojos y apretando su mano.
Ambos tuvieron una pesada vida en la calle. Conocieron el antiguo ‘Cartucho’ y luego la ‘L’, en el temido Bronx. Ambos llegaron a la capital porque eran maltratados por sus familias. A Jeimy su mamá la golpeaba constantemente. Le quemaba la cara y la agredía con palos, botellas y hasta cables. A José, por su parte, uno de sus hermanos le dio palo durante meses. En una de esas ‘leñeras’ escapó. Llegó a la capital cojeando.
Cada uno, por su lado, se internó en el infierno de la droga. José empezó con la marihuana y el bazuco y así duró 30 años. Jeimy inició con el pegante y después probó alucinógenos más fuertes. Vivía de pedir dinero y se alimentaba de lo que le daban en las casas. En ese oscuro ir y venir conoció a su pareja con quien tuvieron una niña. La entregó al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar y nunca más supo de ella. Recuerda eso sí, que el 12 de octubre de este año, su hija cumplirá 17 años.
“Le perdí el rastro porque yo la iba a ver de vez en cuando, estaba en ‘Rompiendo Cadenas’ –Fundación para habitantes de calle-, pero después de que se la llevó el Bienestar no la vi más. Me gustaría saber cómo está y con quién, decirle que aún me acuerdo de ella, y que la quiero, nunca se lo dije”, cuenta Jeimy, quien ahora se dedica a vender dulces y cigarrillos en una ‘chaza’.
José tampoco supo qué pasó con sus dos hijos. Un día, la mujer con la que vivió al llegar a Bogotá lo abandonó llevándose a sus retoños. Eso lo llevó a las calles y a la degradación.
“De la noche a la mañana se fue con ellos. Me desperté y ya no estaba. Deprimido empecé a consumir y ya nunca más salí, solo hasta ahora, que tengo una razón para luchar y que me voy a casar”, asegura el boyacense, quien ahorra trabajando como vendedor de refrescos para tener una boda decente con su idílico amor.
No ha sido fácil. En una vivienda del barrio San Vicente, en Tunjuelito, ambos residen en una habitación. Son el único apoyo para el otro y el motor de fuerza para no recaer. Acepta que a veces el ‘demonio’ –como él lo llama-, los tienta, pero se tienen el uno al otro para enfrentarlo.
“A mí me gusta ser sincero y claro, a veces a uno le dan ganas. Pero entonces ella me aconseja mucho y me dice que no quiere saber nada de la calle. Es como el cuento, son malos pensamientos que lo llevan a una vaina que uno no quiere saber nada, pero si uno no pone de su parte, no se recupera. El consumo de drogas es algo que no se lo deseo a nadie, ni al más enemigo, porque es el demonio el que lo influye a uno. De la calle no le quedan a uno sino tristezas y sufrimientos”, concluye, con los ojos vidriosos. No está triste, está enamorado.
Twitter: @ServiCiudadano
Facebook: Alcaldía Mayor de Bogotá
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