• Dos mujeres jóvenes, profesionales, emprendedoras y animalistas constituyen uno de los diversos modelos de familia que hoy existen en la ciudad. Este es su testimonio de vida en primera persona.
Bogotá, 19 de mayo de 2020. En el mes de familia la Secretaría Distrital de Integración Social hace un reconocimiento a todas las familias que tejen lazos alrededor del cuidado, el amor y los proyectos conjuntos. Conoceremos a través de sus voces la experiencia de dos jóvenes mujeres que conforman una familia hace casi una década.
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Nos conocimos hace diez años trabajando en la Alcaldía Local de Chapinero. La admiración y el reconocimiento mutuo dieron lugar a una relación poco formal en medio de la curiosidad y un inmenso magnetismo entre nosotras, dos mujeres con personalidades diferentes pero ambas de carácter dominante.
Paola, ya celebró en 34 ocasiones el placer de estar viva y jamás imaginó establecerse y hacer eso a lo que llaman “echar raíces” con alguien, y yo, Francy, a pocos meses de cumplir 30 años de experiencia vital, recuerdo mi versión adolescente imaginando la vida como madre soltera y haciendo todo por mi cuenta.
Nuestros planes de futuro tuvieron un giro cinematográfico, como una manifestación “burlesca” de los multiversos, cuando asumimos abiertamente y sin restricciones que amábamos compartir el tiempo juntas, que anhelábamos las eternas conversaciones que iban de lo pragmático a lo reflexivo, que era casi increíble de repente caer en la noción del tiempo tras horas de ‘conversa’ que iban hasta la madrugada, momentos preciados que marcan el inicio de esta historia y el final de lo que creíamos seríamos cuando fuéramos grandes (risas).
Después de ese tiempo entre romántico e idílico, y tras asumir las experiencias vividas con extrañeza por no haber sido planeadas, un día cualquiera de 2012, mientras caminábamos por las calles empedradas del Chorro de Quevedo, en el centro de Bogotá, Paola preguntó con sonrisa picarona:
- ¿Sabes que es lo que llevan las lesbianas a la segunda cita?
Con sorpresa y sin entender ni un poco a lo que se refería, respondí: “No, ¿Qué es?”
- Las maletas, dijo Pao con timidez en su rostro. Tras un momento de silencio marcamos el cierre de un capitulo y dimos inicio a uno nuevo : Seríamos familia.
A partir de ese día hay cientos de historias qué contar, momentos qué rescatar, lecciones aprendidas en el camino de ser una familia poco planeada que se ha construido sin un ejemplo o un modelo a seguir, sin nada preestablecido que nos diera una guía para organizarnos. Esa fue la oportunidad perfecta para experimentar la multiplicidad de posibilidades para ser y hacer familia.
Ya van a ser nueve años desde que decidimos ser pareja y ocho desde que decidimos conformar una familia, una de la que también hacen parte nuestros dos gatos, Set y Maat. El primero, un criollito de pelo blanco y dorado y hermosos ojos verdes. Lo adoptamos recién empezamos a convivir porque Pao siempre había querido tener uno. Como llegó durante la etapa de enamoramiento fue recibido en un ambiente lleno de amor pero con prácticas primerizas en casi todo.
Con el segundo fue muy distinto, ya que llegó cinco años después. Era un hermoso gato negro que fue rescatado tras vivir sus primeros meses en la calle. Esa era nuestra intención: darle la oportunidad a un gato que no la hubiese tenido fácil. Maat, además se convirtió en el símbolo de una etapa muy distinta en la que hubo aprendizajes vividos en tiempos de dificultad, dejando lecciones acerca del cuidado, la compasión, la paciencia, la reinvención, la reafirmación, el soltar, el reconocimiento mutuo, el reconstruirse, el perdonar, el amarse y amar, el luchar, el creer, el confiar, el dar, el recibir y un sinfín de cosas que llegaron a nutrirnos.
Bueno y ahora, a casi una década de emprender este viaje juntas del que hemos saltado al vació infinidad de veces, en el que nos hemos perdido y nos hemos reencontrado en lugares inhóspitos, abandonados y transitando un momento que jamás creímos vivir: “Una pandemia mundial”.
Como muchas otras familias, no sabemos lo que nos depara el futuro, pero ha sido un tiempo valioso para recordar el pasado, agradecer la vida que hemos tenido juntas y las decisiones que hemos tomado: como cuando dejamos la supuesta estabilidad laboral para vender productos orgánicos, o cuando empezamos a alquilar equipos de audio y video, cuando hemos producido merchandising y nos hemos encaminado en el mundo de la gestión de la comunicación y la cultura, camino por el que aún seguimos.
Hemos recordado cada comida, cada salida al cine, cada ida al parque a ver el cielo, cada café, cada viaje, cada minuto de arrunchis los cuatro, y sin importar lo que pase mañana, la vida en familia que hemos construido ha sido increíble, con sus defectos y virtudes.
Ahora tiene poco de lo romántica e idílica como empezó y es más realista, aunque con muchos sueños que se transforman a cada instante en medio de una conversación acompañada de un té de albahaca. Así hemos ido y venido entre las ideas de conocer el mundo y la posibilidad de tener una casa en la cima de una montaña.
Al final siempre llegamos a la misma conclusión: lo que importa es ser felices, y mientras la felicidad sea estar juntas no importará el lugar. Siempre querremos lo mejor para la otra, que es lo que creemos deben hacer las familias, no importa su tamaño o cómo estén conformadas.